He aquí.

Este es mi blog, un pequeño sitio donde vengo de cuando en cuando a soltar ideas en forma de entradas. Siéntete libre de curiosear lo que quieras.

Diego.

Querido Diario [Parte 2 de 3]

 
Hola de nuevo, querido Diario. Tengo cosas que contarte. Parece que mi mujer no ha aprendido nada, no sabe hasta dónde puede llegar y hasta dónde no, y eso ha costado muy pero que muy caro.

Me levanté. Serían las once y media más o menos, como sabes bien, Diario, a mí los sábados me gusta levantarme tarde. ¿Y qué es lo siguiente qué me encanta hacer?, pues tomarme mi café con churros mientras leo el periódico, ¡qué sino! Pero no. Por más que intento estar calmado y tranquilo, me es imposible, mi mujer siempre lo jode todo, tiene ese don, el de joderme la vida. Y divertirse a costa de ello. Cuando llegué a la cocina no estaba nada de lo que he dicho, NADA. Es una inútil. Pero no te creas que me quedé callado, no. En cuanto apareció por el salón, pedí explicaciones, a lo que ella me respondió: “esque he pasado una mala noche y me acabo de levantar”. Encima eso, excusas amí. “Tu puñetera obligación es estar despierta y hacerme el desayuno, que yo trabajo, no como la mierda que haces tu en casa, zorra.” Ya ves, Diario, amí no me amilana nadie. Y menos ella.

Bajó la mirada, entró la cocina y el café a calentar, mientras que se calentaba, se vistió rapidamente y bajó a la esquina a por mi diario. Yo de mientras, buscaba la Fórmula 1 en la televisión, que esta mañana eran los entrenamientos.
Cuando al fin tuve todo preparado, me senté en la mesa, me tomé mi café y comí unas magdalenas (puestos que el kiosko de los churros había cerrado, gracias a la inutilidad de mi esposa) mientras veía y disfrutaba de las carreras. Pero parece que hasta las carreras se ponían en mi contra. Nada más empezar, Alonso cometió un desliz y salió fuera. Eso me enfureció mucho, muchísimo, así no empiezo yo un sábado. Justo en ese instante, llegó mi mujer, pidiéndome dinero, qué raro en ella. “Ya te dí 40 € el mes pasado” le reproché. “Ya, pero esque me es necesario para este mes algo más de dinero”, me respondió ella. No daba crédito a lo que oía, “¿cómo?” le volví a preguntar en tono amenazante. “Sí, esque el médico dice que…” Otra vez ese jodido médico, cómo lo odio. “¡Por mí que le den por culo al médico ese, atí no te pasa nada, sólo eres una fulana asquerosa que me quiere sacar los cuartos, no te pienso dar un mísero céntimo!” Estaba totalmente enfadado, en cuanto le dije esto, me levanté y me abalancé sobre ella.

Ella enmudeció, y afirmó con la cabeza. Yo estaba demasiado enfadado, y no podía soportar siquiera el hecho de tener esa mirada de cordero degollado sobre mí, tenía que irme de allí y eso hice.
 Me fui al parque, y luego a comer por ahí con mi colega Jacinto. Por la tarde/noche nos fuimos de nuevo a beber al Bar de Manolo. Resulta que se ha comprado una pistola, dice que le han robado muchas veces y que no se fía.
Me la enseñó. Era una USP negra mate, de un calibre de 4’5MM aproximadamente. Le pregunté cuanto le costó, porque sabes Diario, que toda defensa es poca. Me dijo que en una página web, las estaban vendiendo a precio de saldo. Me dijo la página web, no me lo pensé dos veces, fui corriendo ami casa a coger el PC y buscar la dichosa web. En cuanto entré en mi casa, no ví a mujer ni encontraba mis gafas, un poco asustado de nuevo, entré en nuestro dormitorio.

Justo antes de tocar siquiera el picaporte, escuché su voz que procedía de dentro de la habitación. Estaba hablando por teléfono. Y estaba llorando. Asustada.
Acercé el oído, y mis peores temores empezaron a cumplirse. “Sí… vivo en la Avenida Arbórea… el número 12… ¿el piso?… sí, es el… espere un segundo, ahora vuelvo a llamar” colgó. Sabía que yo estaba allí oyéndolo todo. No sabía que hacer. Me dejé llevar por mis instintos, y entré en la habitación lleno de ira, buscando el origen de mis miedos. La miré a los ojos, ella, muy envalentonada, no bajó la mirada nisiquiera un centímetro, es más, juraría que ví una sonrisa esbozar de su boca. “A quien coño llamabas” dije. “A nadie” respondió ella. “No me provoques Dolores, le estabas dando nuestro domicilio a alguien, a quién, ¿a la policía?” me estaba asustando, cada vez más, me sudaban las manos.
Ella lo notaba. Se armó de valor y me dijo: “Lo que yo haga con mi vida, ya no es asunto tuyo”. Me quedé atónito, no daba crédito a lo que oía. “No te equivoques mala zorra, eres mía, y siempre lo serás” me enfurecí, me abalancé sobre ella.
Iba a matarla. Le asesté un puñetazo en el costado, y luego otro. Cayó al suelo escupiendo sangre. “¿No decías que no es asunto mío? Eres mía. Nunca te podrás escapar de mí, no tienes salida, nadie te va a ayudar, todos me entienden, están de mi lado” la agarré del pelo y le chillé: “¿¡Lo entiendes, puta!?”. Ella me miró. No parpadeó. Me respondió: “Te equivocas, la gente está de mi parte”. No pude evitar reirme; “¿Ah sí?¿y como explicas que en estos meses no haya venido nunca nadie a preguntar por ti?”.

Ella se quedó enmudecida. Yo me reí. Se enfureció y se abalanzó sobre mí. Me arañó la cara hasta en cuatro ocasiones. Me escocía la cara. No sólo eso, cuando me toqué, tenía un líquido rojizo, estaba sangrando. Esa maldita arpía me había hecho sangrar. Lo iba a lamentar poco después. Le dí un puñetazo en la cara, cayó medio noqueada en la cama dejando tras ella un hilo musical en forma de alarido.

Empecé a notar el poder y la seguridad que siempre me daba el hecho de ser violento con ella. Empezaba a sentir bien. Otra vez ese placer.
Pero esta vez no me controlé.

Me tiré encima suya. Le dí dos bofetadas. Ella me miraba con cara de cordero degollado, y yo sabía que el Lobo en esta historia era yo, e iba a comerme a mi presa en unos segundos. Dejándome llevar por la violencia del momento, la besé. Creo que la besé como nunca en mi vida. Ella en cambio, no supo apreciar mi muestra de cariño. Me mordió la lengua hasta hacerme sangrar. Me logré zafar de ella. Maldita puta, era muy rápida, lo suficiente como para saltar de la cama y salir corriendo. Justo cuando tenía la puerta de escape a pocos metros de ella, conseguí alcanzarla, le dí un empujón. Cayó violentamente. Se golpeó con un mueble creo. Sólo sé que se quedó incosnciente.

Estaba muy furioso, me fui a la habitación de nuevo y ví sus maletas, la jodida puta se quería ir de veras. Pero no, yo no iba a tolerarlo. Ella es mía, y de nadie más, es mi calvario pero mi panacea a la vez. Si no será mía, no lo será de nadie más. Salí rápidamente de casa, y bajé corriendo al bar de Manolo. “Manolo, me ha gustado mucho la pistola, ¿me la dejas para que pueda probarla en el jardín?”. “Bueno Nachete, tu sabrás… pero eso sí, ¿cuídamela vale?” me dijo él. “Por supuesto Manolo, dalo por hecho”.

Subí de nuevo a mi casa. Pero parece que hoy definitivamente había un complot contra mí. Mi anciana vecina estaba con la oreja pegada a mi puerta. Cuando me vió, saltó hacia atrás. Le dije “¿Pasa algo?”. Ella enmudeció. Me dispuse a meter la llave en la cerradura, cuando la pesada de la vieja, se me agarró al brazo y empezó a chillar: “¡Monstruo, qué le has hecho!”.
Yo dí un empujón con el brazo brúscamente, con la fortuna de que la anciana tropezara y cayera escaleras abajo. No hice ni el más mínimo intento de mirar si estaba bien. Me esperaba mi destino dentro de mi casa, y era hora de entablar cuentas con él.


Acabará en la próxima entrada.

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