He aquí.

Este es mi blog, un pequeño sitio donde vengo de cuando en cuando a soltar ideas en forma de entradas. Siéntete libre de curiosear lo que quieras.

Diego.

Querido Diario [Parte 3 de 3]

 

Cuando entré en la casa, me la encontré. Estaba allí, gateando junto al sofá, como si de un bebé se tratase. Tenía sangre cayéndole por la cabeza, y sus ropas estaban totalmente destrozadas. Pude ver que en la cara tenía varios moratones.

Saqué la pistola. Ella me miró. Sus ojos se bañaron en lágrimas. Medio moribunda, me pidió clemencia. Pero ya era tarde. Tenía en mis manos la llave que me liberaría de la prisión de mis miedos y mis odios, si la mataba a ella, mataría a mis males. Si la mataba a ella, no sería para más nadie. Cargué la pistola, nisiquiera pestañeé. Ella se puso de rollidas, intentando levantarse. Los pelos rubios le caían hacia delante, acompañados por las lágrimas que ya salían a mares. Sólo me dijo una cosa antes de que yo apretase el gatillo: “Te amo”. Le pegué un tiro. Cuando el cuerpo interte caía por completo al suelo, pude reconocer que algo más caía con ella.

Por unos segundos, me sentí mas poderoso que nunca. Era el dueño de mi destino, y del suyo también. Se acabó. Había matado a la única mujer que me había amado en este mundo. La palabra “amar” empezó a resonar en mi cabeza. Me brotó una lágrima. Me acerqué a ella, y tras tocar su rubio cabello, bañado en sangre por última vez, empecé a sentir como el odio se acumulaba en el estómago. Empecé a llorar. Recorrí todo su cuerpo con mis manos, hasta llegar a sus manos. Me quedé quieto, empecé a pasármelas por mi cara, esa sería la última vez que sentiría su tacto. Mi poder se mezclaba con el dolor. Era un ser resentido y hundido. Mis instintos, no sabían como reaccionar. Era el hombre menos humano que había puesto Dios sobre la faz de la Tierra.

Pero lo peor estaba aún por llegar. Ví qué era lo que había caído de sus manos al morir. Era un test de embarazo. Dolores estaba embarazada.

Me acerqué a mi despacho, y te recojí a tí, querido Diario. No sabes cómo agradezco que sólo seas un pedazo de papel. De ser algo vivo, hubieras acabado cómo mi mujer. Ya no me quedan palabras de odio sobre ella, ahora he descubierto que el odio que tube, no tenía como foco de origen a ella, sino amí mismo.

Estoy mirando la pistola. Le queda aún una bala.


Hasta nunca, querido Diario.


Fdo: Ignacio Claro Méndez

1 comentario:

  1. A todos nos quedará siempre la última bala.
    Al final te hice caso. Tengo un par de cositas subidas, pásate si las quieres leer.

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