Qué triste me resulta el devenir de mi entorno, pero más triste se me antoja mi propia adaptación. Ojalá no tenga que volver a cambiar, y que al fin todo logre llevar su curso lento, pero seguro. Sin prisas, ni palabras vacías que flotan en la inmensidad de la memoria, en una esquina junto al protagonista de este cuento.
Pero es tiempo de aprecio. De amor. Hacia uno mismo. Hacia sus victorias y derrotas.
Hacia lo perdido, y más importante, hacia lo ganado.
Quizás el muro de mis lamentaciones esté lleno de despropósitos, pero mi muro de logros está aún por terminar. Aun no se ha acabado el cuento.
Por suerte, el protagonista, aún os puede ofrecer más. Y entonces, ofreceros a todos,
un digno final. Un final sin cuentos, un final
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